8 de agosto de 2014

En relación al reportaje de Canal 13 sobre la gratuidad en la educación Argentina, basta de ideología pura y barata


No deja de ser cierto que la actual coyuntura política chilena está con un nivel elevado de efervescencia, precisamente por tocar temas que afectan a los dueños de este país. Por esto, no es casual que se emitan reportajes de 6 minutos sobre la educación en el país vecino ante un tema tan complejo, y lleno de compromiso político como lo es la gratuidad en la educación.
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Ante esto, y como estudiante chileno en Buenos Aires, me gustaría expresar algunas palabras con respecto al contenido tendencioso y poco explicativo de tal trabajo “periodístico”. Y es fácil, pues se entiende que la palabra gratuidad pueda asustar en un país cuyo modelo económico se basa en mantener a la gente endeudada, y cuyo resultado es la angustia de millones de chilenos.
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Lejos de instalar un debate serio, el camino fácil queda expuesto por meras estadísticas de cuya metodología no sabemos nada, además de invitar a “expertos”, “analistas” o “técnicos” de los cuáles, nuevamente, tampoco sabemos nada. En nuestra sociedad chilena, la transmisión de ideología se sustenta en usar lenguajes bonitos y construir discursos predeterminados que suenen bien hasta en los lugares más recónditos. Somos el país que “crece”, el país “serio”, el de “instituciones fuertes”, el de “buenas inversiones” y todo lo demás. Ahora bien, ¿nos estamos dando de cuenta qué tipo de ideología está implícita en esto? Básicamente, la neoliberal. Es la que tiene como idea el disciplinarnos, el ser sujetos acríticos, dóciles y profundamente engañados. Frases como “es lo mejor que pudimos hacer” son temerosas, por recordar tal desilusionante vuelta a la democracia (cualquier parecido con el intento de reforma tributaria, no es pura coincidencia).
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.Vamos a la nota: El reportaje estuvo centrado en un análisis comparativo de nuestro país con el trasandino. Las comparaciones, desde ya, así presentadas, no explican nada. El constante uso de porcentajes y palabras como ineficiencia, sólo contribuyen a la confusión y la asimilación de un discurso mediante su repetición. Si bien puede ser cierto que el tiempo que demoran los estudiantes en titularse puede extenderse más que en Chile, no debemos asustarnos si primero no miramos las dificultades que tiene Argentina, como país en vías de desarrollo (con toda la limitación que tiene ser un país “desarrollado”).
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¿Sabemos los chilenos que la crisis del 2001 en ese país conocido como el corralito, dejó a más del 50% de la población en la línea de la pobreza? Pienso que esa es la diferencia entre usar estadísticas al aire y apropiárselas para ayudar a entender los resultados actuales. Lo primero se transforma en ideología a conveniencia, en cambio lo segundo, apuesta a una crítica integral, teniendo como ejes a la historia de dicho país y a su desarrollo político. Decía el reportaje que el 30% de alumnos ricos se titulaba frente a un 12% de alumnos pobres. Otra vez, ¿la nota responde a los problemas estructurales de la economía argentina como para por lo menos entender que no es condición necesaria ser pobre para titularse en una universidad pública? Enseguida, el sistema también permite que la gran mayoría de los estudiantes trabajen y estudien a la vez. Esto ya habla de que el funcionamiento es distinto. Decía una de las “expertas”, que no era oportuno el tiempo en que se recibían los estudiantes. Bien, ¿oportuno para quién? ¿Acaso en nuestras universidades no existen estudiantes disconformes con sus contenidos, con los cambios de carrera, con la reprobación de ramos, con problemas de salud (asociados muchas veces al estrés y la sobrecarga que impone la universidad en Chile), con tener que desertar la universidad por problemas familiares, etc? Peor aún, ¿es que tal “experta” cree que no es costoso para el alumno tener que extender los años de carrera por dichos problemas, como si fuera un juego de entretención trabajar y estudiar a la vez (por dar un ejemplo)?
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Por último, aparece otro de estos “masters” señalando que la gratuidad, dado el presupuesto que exige, conduce a inflaciones devastadores. Pero aquí nuevamente nos metemos en un tema en que ni los propios economistas están de acuerdo respecto a sus causas. Para no quedar mal con nadie, las teorías terminan siendo una mezcolanza de ideas, pero para no desviarnos, entonces… ¿no existen países con educación gratuita y baja inflación?
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Antes de finalizar, el motivo económico es uno de tantos que pueden existir que hace que la sociedad argentina reciba a tantos estudiantes extranjeros. No olvidemos, que también se juegan ahí los niveles de formación académica. Si bien el capitalismo usa a la universidad como formadora de fuerza de trabajo para su propia reproducción, muchos quienes pasamos al otro lado de la Cordillera para estudiar, buscamos recibir una educación más integral que utilice a todas las ciencias de hoy en día que contribuyan a completarnos (y no parcializarnos) como seres humanos. A modo de ejemplo, en la carrera de medicina de la Universidad de Buenos Aires, los estudiantes tienen una materia cuyo nombre es “Introducción al Conocimiento de la Sociedad y el Estado”. ¿Cuántos estudiantes de medicina en Chile podrían decir que tienen conocimiento de conceptos básicos acerca de cómo funciona la sociedad y cómo se organiza?
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El tema de la educación gratuita es muy complejo incluso para quienes luchamos por obtenerla. Nos invoca a estudiar los casos de forma seria, sin olvidar que la discusión es política en sí mismo, y que por tanto nos exige saber reconocer quienes son los defensores de lo actual y quiénes no. Estamos ante un gobierno poco claro, cuyas reformas pueden volver a sepultar los anhelos que nos tuvieron a los estudiantes chilenos los últimos años en la prensa internacional como luchadores de una nueva educación y una nueva sociedad. El llamado es a estar atentos a las maniobras ideológicas de los defensores del actual sistema de segregación, quiénes en gran medida se han servido históricamente de los favores de los medios de comunicación –como el canal de los Luksic- y de las periodistas que se prestan para ello.


Tomás Calderón
Estudiante de 4to año, Lic. en Economía, FCE – UBA.
Colaborador de Estudios Nueva Eeconomía